29 mayo 2010

Costumbre señorita



Como cualquier viernes, saciaba el hambre que tenía, llegué a mi habitación a paso firme y silencioso; abrí la puerta y no encendí la luz, no para despertar a los residentes de los otros cuartos, si no para no despertar mis temores, busqué el borde de mi cama con el tocar de mis pantorrillas y al encontrarla me senté y el cansancio no tardó en apoderarse de mí. Lo había sospechado, el desierto de mi pequeño mundo me abrazaba invitándome a pensar; cerré los ojos en medio de las oscuridad, para qué, como si alguien lo notara; fue ahí cuando entonces escuché un ruido cerca de la puerta que me puso los pelos de punta… ¡Mierda! – Estoy alucinando otra vez, debe ser el maldito viento que quiere entrar a presentarme a su amigo frío. Me hice el sordo y no le presté más atención.
Me tiré de espaldas como quien se tira a la nieve, aunque es bastante aburrido abrir y cerrar los brazos y piernas en tu cubrecama; entonces, aquella palabra a que tantos escritores le dedican sus proezas y poemas se hacía notar más cada segundo, pero a mí no me logra seducir, no esta vez señorita, es mejor que vaya a recorrer otras habitaciones, esas donde abunda la tristeza, la ruptura y un sin fin de sinónimos que te son familiares. Conmigo no, he llegado a tal nivel que no comparto mis emociones con cualquiera, déjame aquí en la noche, en estas tinieblas que no se te permite entrar, es más, me iré a dormir para no pensarte. Hasta mañana.

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